#18 – La «incorporación» de la mujer al mundo del trabajo

Este breve post viene inspirado a raíz de una reflexión que he escuchado en un vídeo de Youtube. Una reflexión que, en mi opinión, comenzó siendo muy acertada: venía a decir que los niños cada vez reciben menos atención y una afectividad más deficiente. Hasta ahí de acuerdo. El problema viene cuando el locutor nos revela la causa y raíz incontestable de este mal: la incorporación de la mujer al mundo del trabajo.

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La tesis principal es que, la mujer, al dejar de pasar todo el tiempo en casa, ya no dedica el suficiente amor y atención a sus hijos, porque se ha incorporado al mundo del trabajo.

Y es que, si analizamos este razonamiento, podemos vislumbrar un error garrafal: ¿es que acaso una mujer que es ama de casa no trabaja? ¿Es que acaso la comida se prepara sola, la limpieza se hace sola, la ropa se lava sola?

Esto nos lleva a cuestionarnos el concepto de «trabajo»: nos han metido en la cabeza que «trabajar» sólo consiste en tener un empleo en una empresa y recibir un sueldo cada mes por ello, pero en realidad estamos trabajando siempre que empleemos nuestro tiempo en producir un bienes o servicios.

Por eso me hace gracia la descripción idílica y edulcorada que hacen algunos sobre las amas de casa: como una persona (idealmente, mujer) que vive sin preocupaciones, sin problemas, entregándose felizmente a su familia y dedicando todo su tiempo y energía en mimar a los suyos y educar a su prole.

Y sí, es cierto que el trabajo de ama de casa te da flexibilidad para ir a buscar a los niños al colegio y merendar con ellos por las tardes. Pero también implica una serie de obligaciones, y ¿acaso mientras estás tendiendo la ropa, puedes hacer al mismo tiempo los deberes con tus hijos? ¿Puedes llevarles al parque y vigilarles mientras estás preparando un cocido de tres horas? ¿Puedes limpiar el baño y prodigar mimos y caricias a los tuyos mientras tanto? Y como en el hogar haya personas enfermas que necesiten cuidados, ya no te quiero ni contar.

Desde fuera, las amas de casa parecen personas con una vida perfecta entregada a su familia, pero nunca nos preguntamos si se sienten reconocidas, nunca visibilizamos su importancia, nunca tenemos en cuenta los sacrificios que realizan.

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Y, por si fuera poco, si deciden entrar en lo que se conoce como «mercado laboral», bien sea por necesidad económica, por tener mayor independencia o sencillamente porque han aprendido una profesión y quieren ejercerla, ¡ZAS! Las atacamos y las tachamos de malas mujeres… y la razón que emana de nuestra boca es: que ya no dedican su amor y tiempo a su familia.

Un argumento falaz, como hemos dicho, ya que una persona, trabaje en casa o fuera de ella, trabaja, y no puede por tanto dedicar el 100% de su tiempo a su familia.

Por tanto, a mí esto del «afecto a los niños» me suena a excusa, y me parece que a algunos lo que les duele es que el 50% de la humanidad pueda decidir qué hacer con su fuerza de trabajo, qué hacer con su vida, y que incluso podamos plantear un reparto equitativo del trabajo y las responsabilidades.

Estoy de acuerdo en que las relaciones familiares son cada vez más insanas, en que cada vez nuestra afectividad es más pobre, y en que, efectivamente, el amor es un peligro para el poder ya que nos mantiene unidos. Pero, para acabar con esto, debemos abandonar el camino fácil (verter toda la culpa sobre las mujeres) y optar por el difícil pero verdaderamente efectivo: reflexionar sobre qué estamos haciendo mal como sociedad, y qué podemos hacer para luchar por un mundo más justo, con jornadas de trabajo (remunerado o no) más humanas, menos alienantes y que nos permitan dedicar más tiempo y amor a nosotros mismos y a los nuestros.

Y todo lo demás, son excusas.

#17 – Eres una amargada

Últimamente, estoy viendo como el adjetivo «amargada» se utiliza para una amplia variedad de actitudes, formas de pensar (y de vivir) y también de estados de ánimo.

Resulta que si tienes ideales, eres una amargada.

Si a veces te enfadas y te cabreas (más que nada porque eres un ser humano y no una Barbie con la sonrisa pintada de forma permanente) también eres una amargada.

Si eres crítica, insumisa, rebelde o inconformista también eres una amargada. Si eres diferente, eres una amargada. La voz discordante es la voz de una amargada, los pies que caminan contracorriente son los pies de una amargada. Si tienes una misión, eres una amargada, si tienes otra visión, también lo eres. Si quieres cambiar el mundo, o tan siquiera cambiar tu mundo, eres una amargada.

Si aspiras a ser libre, eres una amargada.

No te enfades tanto, mujer, sé feliz, disfruta de la vida, te dicen.

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¿Y por qué asumen directamente que tú no disfrutas de tu vida? ¿Por qué juzgan algo tan subjetivo y personal como si eres feliz o no?

El origen de este tipo de comentarios está en una confusión demasiado habitual en nuestros días, que consiste en pensar que felicidad y hedonismo son la misma cosa.

Pero no es así.

La felicidad es, como hemos dicho, algo personal y que depende de la forma de ver el mundo de cada persona. Pero si algo está claro es que la felicidad no es algo inmediato, que se pueda consumir y tirar como si de una bolsa de patatas fritas se tratara. Llegar al estado de realización y paz espiritual propio de la felicidad requiere también sacrificio y esfuerzo. La verdadera felicidad es consciente y se vive con los ojos abiertos, y las personas verdaderamente felices no pasan, ni mucho menos, las 24 horas del día sonriendo; también se enfadan, también se cabrean, y si son felices suele ser porque han logrado desarrollar la capacidad de sobreponerse a las dificultades.

El hedonismo, en cambio, no tiene un carácter tan individual como la felicidad, pues al fin y al cabo todo el mundo, con pocos matices, se rinde ante los mismos placeres (los cuales normalmente consisten en satisfacer los instintos más básicos). A todas las personas les gusta sentir placer, no hay nada malo en ello, pero el hedonismo consiste en ir un paso más allá y vivir única y exclusivamente para recibir ese chute de endorfina que nuestro cerebro reclama a través de las actividades placenteras, como si de una droga se tratara.

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Son dos cosas totalmente distintas, una persona feliz no tiene por qué ser hedonista y una persona hedonista no tiene por qué ser feliz.

Sin embargo, el Sistema nos hace confundir ambos términos y normalmente nos vende como feliz a la persona que es hedonista, que ama vivir rodeada de lujos y caprichos, conseguir con pasmosa facilidad todo lo que desea y tener a un ejército de pelotas a sus pies aunque no tenga un miserable amigo de verdad. Y tilda, directamente, de «amargada» a quien decide dar un sentido más profundo a su existencia y no limitarse a ser hedonista.

Según los criterios actuales, alguien como Ada Lovelace también sería una «amargada», pues en vez de dedicarse a las distracciones típicas de las señoras aristócratas de su época se dedicaba a inventar el primer algoritmo codificado para ser procesado por una máquina, vulgarmente conocido como programa de ordenador, gracias al cual se desarrolló la computación y estás leyendo esto ahora mismo.

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Cuando nos llaman «amargadas», pues, lo que intentan es taparnos la boca, desmoralizarnos, para intentar que entremos en su estúpido juego y renunciemos a la lucha, a la vida y a nuestra propia condición de seres humanos, que cada día, poco a poco, nos la van arrebatando un poco más.

Lo que quieren es llevarnos de la mano hacia un mundo en el que puedan mantenternos controladas, obedientes, sedadas con sus drogas en forma de comida adictiva, telebasura y otras muchas mierdas que no necesitamos y que tan sólo producen un placer efímero y rápido.

Lo que pretenden es apagar esa resistencia que brilla en nuestro interior, para que nos rindamos, para que renunciemos a nuestros más profundos sueños y aspiraciones.

Esto es todo lo que se esconde tras una frase en apariencia inocente…

Pero aquí estamos nosotras para desmontar su lenguaje y pasar por encima de sus mentiras y contradicciones.

 

 

 

 

 

#16 – Consigue el pecho perfecto en un solo paso

Más o menos desde mi pubertad, comencé a darme cuenta de que mis pechos no se desarrollaban igual ni tenían exactamente el mismo aspecto que los de mis amigas, tías, primas y mujeres conocidas en general. Y un día, buceando por Internet, encontré el nombre de mi condición: descubrí que tenía mamas tuberosas.

En un arrebato de curiosidad, entré en el artículo de Wikipedia sobre el tema, y hallé esta magnífica definición:

Las mamas tuberosas son una malformación o deformación de las mamas, que se presenta desde el desarrollo puberal. Puede ocurrir que el tejido que cubre la glándula mamaria presente una rigidez excesiva y no se expanda adecuadamente juntamente con el crecimiento progresivo de la glándula mamaria […]

Podéis imaginar mi acojone mayúsculo al leer eso de «malformación». ¡Qué horror! ¿Me provocarían mis deformes pechos dolorosas molestias? ¿Cáncer? ¿Hernias? Tras investigar un poco más y vivir mis propias experiencias personales a lo largo de los años, he descubierto que las mamas tuberosas:

  • No tienen nada que ver con padecer tumores o cáncer de pecho;
  • Proporcionan exactamente el mismo placer sexual que unas mamas «normales»;
  • No suponen problemas a la hora de dar amamantar a un bebé,
  • No causan dolores, molestias ni problemas de salud de ningún tipo.

¿Cuál es el problema, pues? Al descubrir todo esto, no entendía por qué a este tipo de mamas se les considera una malformación. Algo no me cuadraba, y decidí, entonces, buscar cuál era la definición de malformación. Encontré esto:

Una deformidad o malformación es una diferencia notable en la forma del cuerpo o parte del cuerpo, u órgano del cuerpo (interno o externo) comparada con la forma promedio de la parte en cuestión.

He aquí el meollo de la cuestión: esta definición es demasiado ambigua y cada cual la puede manipular como mejor le convenga. Por ejemplo, estas tres personas, según esta definición, podrían ser deformes:

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Y es que la forma y tamaño de sus labios son notablemente distintos a los valores promedio. Sin embargo, como es una deformidad considerada «bonita» y «sexy» nadie les pone la etiqueta de deformes. Paradójicamente, la misma industria de la cirugía estética que se ofrece a resolver mi «malformación» de las mamas tuberosas también se ofrece a transformar unos labios promedio en unos labios exageradamente grandes y según la definición anterior… ¡deformes!

Esa poderosa industria que trata de convencerme de que yo necesito esa intervención quirúrgica porque mis mamas con «malformaciones» pueden causarme traumas y severos daños a mi autoestima.

¿Y por qué, si a mí mis lolas me parecen muy bonitas? Pues porque nuestra sociedad valora las mamas tuberosas como algo feo y rechazable. Y ante este hecho, yo como individuo puedo tomar dos decisiones:

  • Que me importe una mierda lo que opine la sociedad de mi cuerpo.
  • Meterme a un quirófano y someterme a una truculenta operación (la cual no voy a describir aquí, sólo diré que he visto vídeos y la verdad es que hay pelis gore que encuentro más flojitas).

Adivinad qué solución me recomiendan todos, absolutamente todos los artículos periodísticos que he leído (a sueldo de la industria de la belleza, claro). Por supuesto, ninguno habla del postoperatorio, ni de la pérdida de sensibilidad tras la operación… Porque sí, aumentarse el pecho implica renunciar a algo tan sagrado como tu propio placer sexual, simplemente por complacer a los demás y obtener su aprobación.

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Según los cánones de belleza actuales la Venus del Milo es «deforme». Sin comentarios

Pensaréis: «otra tía que viene a hablar de sus tetas para parecer subversiva«. Pero las tetas son una simple excusa para hablar de una viciada manipulación a la que estamos sometidos de forma constante: crear un problema para venderte la solución. En este caso, crean algo llamado «problema estético» (cuando algo estético de por sí es dudoso que sea un problema, ya que la apreciación de lo que es bonito y lo que es feo varía según los infinitos gustos de las personas…) para vendernos SU solución, la cirugía estética. Una solución, que a su vez, genera otro problema (la insensibilidad mamaria) y para el que pronto inventarán otra solución… y así sucesivamente. El negocio redondo.

Ocurre con todo. Nos venden productos para reparar nuestro pelo quemado por las planchas, cuando a lo mejor lo que tendríamos que hacer es dejar de usar planchas…

Nos invitan constantemente a consumir comida rica en azúcares y grasas que engorda mucho, para después vendernos dietas y productos adelgazantes…

Y también nos generan constantemente nuevas necesidades y mayor escasez para vendernos la solución de pedir un crédito. Incluso crean conflictos y crisis globales para después vendernos la solución geopolítica que más le conviene a la élite, tal y como se describe muy bien en este artículo: La trampa está en la solución.

Tal vez no le damos demasiada importancia, pero lo cierto es que esta es una sibilina forma de control, de control sobre nuestros cuerpos, nuestra voluntad, nuestras finanzas… Nos convierte en débiles, dependientes de las soluciones que nos ofrezcan, y nos atrapa en una espiral de la que es muy difícil salir. Un proceso en el que llegamos a perder lo más esencial de nuestra existencia en la Tierra: nuestra propia integridad física y mental.

Yo no critico las personas que se han sometido a operaciones de cirugía estética, no soy yo quién para juzgar lo que cada cual hace libremente con su cuerpo y además la casuística es muy variada, hay muchos tipos de afecciones mamarias de distinta gravedad. Pero si nos centramos en el tema de las mamas tuberosas… En el 98% de los ejemplos que he visto en las webs de cirujanos plásticos encuentro mamas completamente normales, bonitas, quizá más pequeñas que la media, sí, pero en absoluto deformes. Cada cual es libre de hacer lo que hace y operarse si así lo desea, pero lo que no debemos consentir es que nos llamen «deformes» por ser diferentes, no podemos permitir que nos engañen y creen traumas en beneficio de sus bolsillos…

Si quieres tener un pecho perfecto, el resto de blogs y páginas web te dirán que te operes, que te sentirás mucho mejor sin tu «malformación» y bla, bla, bla. Yo te ofrezco hacerlo en un solo «paso»: «paso de lo que me digan los demás», porque la noción de perfecto sólo la puedes definir tú. No eres deforme, hermana. La malformación la tienen ellos en el cerebro.

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#15 – El proceso de las divas (II)

En la anterior entrada hablábamos de un fenómeno que llamábamos «El proceso de las divas», por el cual muchas celebridades de la industria musical y cinematográfica pierden su identidad y terminan reducidas a simples caricaturas.

La representación de la mujer en la industria del espectáculo como objeto sexual es un hecho bastante visible y que causa verdadero estupor a las mentes más concienciadas. Pero hay otro hecho igual de preocupante en la industria musical sobre el cual no se reflexiona tanto.

 (Photo by Jason Merritt/Getty Images)

(Photo by Jason Merritt/Getty Images)

Aquí tenemos a Linda Perry. ¿La conocíais de algo? Yo, hasta hace no demasiado tiempo, tampoco. Esta persona montó un grupo a finales de los 80 conocido como 4 Non Blondes, y sacaron un single, What’s Up?, que se hizo bastante conocido (si buscáis la canción es muy probable que os suene). Es una canción que a mí, en lo personal, me parece muy bonita e inspiradora, tanto la música como la letra. El disco entero, en general, Bigger, Better, Faster, More! es buenísimo. Lástima que no sacarán ninguno más.

La banda se terminó desintegrando en 1994. Posteriormente, Linda Perry sacó algunos discos más en solitario que, desgraciadamente, tuvieron poco éxito. Sin embargo, prosiguió su carrera como compositora, componiendo temas para otras cantantes como Christina Aguilera, Gwen Stefani y últimamente Ariana Grande. Estos nombres os suenan más, ¿verdad? Resulta triste y paradójico que Linda, a pesar de su talento como compositora, intérprete musical o como cantante (probablemente mayor que el de las tres personas para las que compone) sea muchísimo menos conocida (y reconocida). Pero es fácil averiguar el  motivo por el cual ocurre esto. Y no tiene nada que ver con la música, por desgracia.

El hecho es que, en la industria musical en particular (y en la del espectáculo en general) las mujeres que se niegan a pasar por el aro quedan condenadas a la invisibilidad, a una especie de limbo en el cual sólo les hacen caso sus contados fans más acérrimos. Otro ejemplo paradigmático de ello es la cantante Sinéad O’Connor, de la cual hablamos en el anterior post. Una cantante de aspecto poco convencional, con personalidad y con una increíble voz de la que no se volvió a saber nada.

Pero el sexismo de la industrial musical no sólo se plasma en la objetificación de las mujeres y en la invisibilización de aquellas que se niegan a ser objetificadas. Hay otro aspecto, que no es tan conocido por no ser tan visual, que son las letras.

Y lo preocupante es que cada vez son más denigrantes.

Para ejemplificar, nuevamente, vamos a poner un fragmento de una canción llamada Blurred Lines de un rapero llamado Robin Thicke. Sí, es una canción con un ritmillo muy pegadizo, con una línea de bajo muy resultona y que habremos tarareado alegremente miles de veces. Aquí está dicho fragmento en versión original:

One thing I ask of you
Lemme be the one you back that ass up to
From Malibu to Paris boo
Had a bitch, but she ain’t bad as you
So, hit me up when you pass through
I’ll give you something big enough to tear your ass in two
Swag on ‘em even when you dress casual
I mean, it’s almost unbearable
In a hundred years not dare would I
Pull a Pharcyde, let you pass me by
Nothin’ like your last guy, he too square for you
He don’t smack that ass and pull your hair like that
So I’m just watching and waitin’
For you to salute the true big pimpin’

Quien domine un poco la lengua anglosajona ya habrá visto algo que huele a humillación pura y dura. Pero como somos hispanoparlantes, os propongo que nos deleitemos con la poética y romántica traducción al castellano:

Una cosa que te pido,
déjame ser al que le arrimes ese culo,
desde Malibú a París.
Tenía una zorra, pero no era tan mala como tú,
así que, sabléame cuando pases (sácame el dinero),
te daré algo lo suficientemente grande
para desgarrarte el culo en dos.
Te mueves sobre ellos incluso cuando vistes informal,
quiero decir, es casi insoportable,
en cien años no me atrevería, ¿verdad?
llama a una zorra de Pharcyde, estás pasando de largo.
Nada como tu último tío, demasiado cuadrado para ti,
no te azota en el culo y te tira del pelo,
así que simplemente observo y espero,
a que saludes al verdadero chulo.

Parafraseando al youtuber Aldo Narejos, ¿para esto los países gastan millones en Planes contra la Violencia de Género? Me diréis, «pero está en inglés, la gente no se escandaliza porque no lo entiende». Mentira, basta prestar atención a la gran mayoría de canciones de reggaeton para darse cuenta de que también son terriblemente vejatorias, y están en nuestro idioma.

Hay que estar jodidamente mal de la cabeza para ver esto como algo normal, y sin embargo, ya lo hemos asimilado como algo totalmente aceptable y corriente. Bailoteamos y canturreamos estas canciones alegremente, a veces incluso en las funciones de fin de curso de los colegios. Y luego nos llevamos las manos en la cabeza cuando sale el caso de una mujer asesinada a manos de su pareja en las noticias, o cuando nuestra hermana, nuestra amiga o nuestra hija sufre una violación o una agresión sexual.

A través de la música, se consigue transmitir un mensaje al cerebro de forma mucho más profunda (no en vano la música militar se utiliza para influir en la psique de los soldados). Y, a través de todas estas letras, nos están inyectando directamente en nuestra mente VIOLENCIA en estado puro. Mensajes como los del reggaeton atentan contra los derechos y la dignidad humanas. Si nos gritaran esos mensajes por la calle nos sentiríamos ofendidas, ¿por qué no lo hacemos cuando suenan con un ritmo chundachunda de fondo en una discoteca?

No podemos quedarnos de brazos cruzados. No podemos conformarnos con lamentarnos de los casos de mujeres asesinadas, ni con confiar en el que el Estado nos ayude a luchar por nuestra libertad y nuestros derechos, porque el Estado es una estructura de poder (y no es la más elevada, por cierto) a la que sólo le interesa perpetuarse en el poder y le importan una mierda las personas. El Estado va a intentar comprarnos con dinero, para que nos mantengamos calladas, pero nunca va a actuar contra la poderosa industria de la propaganda.

Y por ello tenemos que tomar la propaganda. Tenemos que tomar la música, tenemos que tomar el cine, tenemos que tomar las artes. Componer, pensar, crear, y apoyarnos mutuamente… Todas esas cosas que no quieren que hagamos. Y debemos rechazar de pleno, por más que nos llamen radicales, toda manifestación de la industria del espectáculo que pretenda reducirnos a la categoría de muñecas.

Este asunto tiene mucha más importancia de la que pensamos.

Normalmente, valoramos los avances en la situación de la mujer en la medida que accede a los estudios, al mercado de trabajo… Pero todos los «Informes de Género» oficiales (o casi todos) omiten sistemáticamente (qué casualidad) el devastador efecto del aparato propagandístico del Sistema sobre nuestra dignidad y nuestra autoestima. Y es que, en efecto, la propaganda es la punta del iceberg, pero refuerza el resto del iceberg «oculto», que lo conforman otras manifestaciones de sexismo que no son tan evidentes, y nos impide realizarnos plenamente en otros ámbitos de nuestra vida como seres humanos, como puede ser el ámbito profesional, afectivo o familiar.

Además, el nivel del océano está bajando, y la punta del iceberg es cada día más escandalosamente visible.

¿Esperamos a que nuestro barco se estrelle contra el hielo… o luchamos para cambiar el rumbo?

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#13 – Mi primera vez

Me llamo Claudia y ya no sé que hacer. Estoy desesperada, y me siento tan sucia…

Al principio, todo era magia. Aquellas miradas fugaces, aquellas noches enteras hablando sin parar… Y finalmente, él me dijo «te quiero». Que iba a estar a mi lado para siempre. Hasta el infinito. Que me haría sentir única todos y cada uno de los días de mi vida.

Yo me sentía la chica más afortunada del mundo: había encontrado el amor después de llevarme tantos chascos. Él se portaba genial conmigo, era tan encantador y detallista…

La semana pasada hicimos 5 meses, y mis amigos me dijeron lo que yo ya llevaba pensando unos días: llevábamos bastante tiempo juntos, y ya iba siendo hora de hacerlo… o terminaría perdiéndole. Iría a buscar en otra chica lo que yo no le daba. Yo no quería perderle. Le amaba. Además, él de verdad me gustaba y yo también tenía ganas de probar qué se sentía.

Así que al fin le dije que estaba preparada. Él me contestó que él también tenía ganas de hacerme suya, y que mi primera vez sería algo increíble y especial.

El sábado por la tarde me llamó, me dijo que fuera a su casa, que no estaban sus padres. Yo fui, nerviosa, temblando de la emoción. Estaba ilusionada, y pensaba que nuestra primera vez sería muy bonita, mágica y que no la olvidaría nunca.

Pero no fue como esperaba. No sé por qué… pero las cosas no marcharon bien. Costó mucho conseguir que «eso» entrara, y cuando lo hizo yo no sentí nada salvo un terrible dolor. Cuánto dolía. Incluso sangré y todo. Aguanté como pude, y cuando terminamos volví hacia casa avergonzada, frustrada e incómoda.

Al día siguiente, él no dio señales de vida. Parecía que se le hubiera tragado la tierra. No me cogía el télefono, ni respondía los whatsapps que le mandaba. Cuando nos encontramos el lunes en clase, se acercó a mí y me dijo fríamente que ya no sentía lo mismo por mí. Que lo dejábamos.

Ahora mismo estoy destrozada. ¿Cómo puedo haber metido la pata así? Yo estaba enamorada de él, sólo quería hacerle feliz… Le regalé mi virginidad, ese tesoro tan preciado que llevaba guardando para ese alguien especial… y él tan sólo se ha reído de mí. Cuánto me arrepiento, me siento tan mal…

Hola, Claudia.

Lo primero de todo, me pongo en tu lugar y comprendo que estés destrozada. Tú confiabas en una persona a quien querías, y esa persona te ha hecho daño. Es lógico que estés dolida.

Pero si además de dolida, te sientes avergonzada, humillada, inútil, arrepentida y sucia… eso ya no es algo natural, sino el producto de una retorcida e irracional historia que te han ido introduciendo en la mente desde que eras pequeña. Y el punto de partida desde el que arranca esa historia es la virginidad.

La virginidad

¿Nunca te has preguntado por qué damos tanta importancia a la virginidad?

¿Por qué ponemos un nombre a “la condición de no haber mantenido nunca relaciones sexuales”, y no ponemos nombre a la condición de no haber escalado nunca una montaña, no haber plantado nunca un árbol o no haber escrito nunca un libro?

Eso es porque nos han enseñado a asociar la virginidad a un estado de pureza, virtud, inocencia… Mientras seas virgen eres una mujer buena, beata, portadora de un preciado tesoro que tan sólo debes entregar a tu príncipe azul, ese hombre ideal que te salvará de tu prefabricada, gris e insustancial vida…

Y es así como el Sistema disfraza en forma de mito cargado de magia y romanticismo algo cuyo origen no tiene nada de romántico. Algo que en realidad es, ni más ni menos, una forma de control sobre las personas.

El nacimiento de la virginidad como mito se remonta a siglos atrás, cuando la propiedad sobre la mujer se transmitía del padre al marido a través del matrimonio. Entonces, la virginidad era algo que marcaba el valor del objeto de compraventa (la mujer), dado que permitía al nuevo propietario (el marido) asegurar que los hijos de la mujer recién adquirida eran en realidad suyos. En definitiva, se trataba de una herramienta de control sobre el cuerpo de la mujer y su capacidad de tener hijos. Y desde entonces, se ha seguido utilizando para reprimir la libre disposición del cuerpo, la mente y la sexualidad de las personas.

Las novias se visten de blanco como símbolo de virginidad y "pureza"

Las novias se visten de blanco como símbolo de virginidad y «pureza»

Por lo tanto, no tiene ningún sentido que pienses que le has regalado tu virginidad a alguien. Más que nada porque la virginidad no existe, no tiene ningún fundamento racional o científico alguno. Tan sólo se trata de una idea que te han inoculado, una superstición que llevamos siglos arrastrando y que tan sólo tiene el significado que tú quieras darle.

La primera vez

El segundo capítulo de la insana fantasía que te han hecho creer, fuertemente vinculado al anterior, es el de la primera vez. Nos han dicho que la primera vez tiene que ser especial. Pero eso es sencillamente falso: la primera vez no tiene por qué ser más especial que la segunda, la tercera o la vigésima. Y menos cuando la primera vez, desgraciadamente, es una experiencia dolorosa y desagradable para muchas mujeres (sin importar cuántas velitas o pétalos de rosa se pongan en la habitación).

Esto no es de extrañar, ya que muchas de nosotras tenemos un miedo, un rechazo y un desconocimiento atroces hacia nuestro propio cuerpo y su funcionamiento. Dado que en la mayoría de familias el sexo sigue siendo un tema tabú, nuestras fantásticas fuentes principales de educación sexual siguen siendo dos: el sistema educativo y la pornografía de masas, teniendo en cuenta que esta última no sólo aparece en las películas X como tal sino también en el cine, la televisión, la música…

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El sistema educativo te enseña que el sexo sólo sirve para tener hijos; y la pornografía de masas que el sexo sólo sirve para obtener placer inmediato (y, normalmente, para que el hombre obtenga placer inmediato). Pueden parecer dos mensajes opuestos pero en el fondo se complementan muy bien, y es que ambos sirven a la tarea de ocultar la dimensión más liberadora, espiritual y revolucionaria del sexo, de invisibilizarlo como una forma única de autoconocimiento y comprensión, conexión y comunicación entre personas.

Y ahí está el problema: comenzamos a tener relaciones sexuales sin tan siquiera saber lo qué realmente es el sexo. Comenzamos el viaje con una gran maleta cargada de tantos prejuicios, tanta ignorancia y tantas ideas preconcebidas…

Tercer capítulo: Continuará… ¿o no?

Y en el tercer capítulo de esta historia, hay 2 posibilidades (como en aquellos libros de «Elige tu propia aventura«). La primera es que, después de la mágica primera vez, los protagonistas se embarquen en un largo y apasionado romance, y entonces la historia continuará (concluyendo normalmente con el clásico episodio de boda-chaléconpiscina-niños.)

Y la segunda posibilidad es que la historia termine de forma trágica y abrupta. El gentil caballero huye volando en su corcel alado y entonces nos sentimos humilladas, despreciables, sucias. Sentimos como si nos hubieran robado algo. ¿Pero esto por qué?

Aquí también entra en juego la educación, esta vez la educación afectiva. La cual recibimos de películas de Hollywood, cuentos de princesas, novelas, revistas, canciones y demás mierda similar. Puras armas de contaminación mental que ejercen una gran presión sobre nosotras, y que nos meten en la cabeza que cuando te acuestas con un hombre (y más si es tu primera vez) te estás entregando, estás haciendo suyo tu cuerpo, tu corazón… a cambio de que él te jure amor eterno.

La Sirenita entrega ni más ni menos que ¡su voz! para conseguir a su príncipe azul

La Sirenita entrega ni más ni menos que ¡su voz! para conseguir a su príncipe azul

Esto puede parecer muy apasionado y romántico, pero quiero que pienses en la gravedad de lo que verdaderamente significa. «Entregar», «hacerte suya», «a cambio de»… ¿esto no suena más a una compra o a una venta? ¿Estamos hablando de sentimientos o de CAPITALISMO en estado puro? Te han enseñado a concebir el sexo como un vulgar y banal intercambio, en el que la moneda utilizada no es ni más ni menos que ¡tu propio cuerpo!

Y todo a cambio de un falso paraíso que se promete a través de las palabras mágicas «te quiero» y «te amaré eternamente». Sí, por supuesto que si tienes pareja ha de existir amor, respeto, confianza, comprensión y amistad mutuos… Pero creer que existe tu amor ideal y que hay una forma de retenerle contigo para siempre es una ilusión absurda y peligrosa, que te genera dependencia emocional y aniquila tu autonomía personal.

No necesitas una media naranja, porque ¡tú eres una naranja entera!

No necesitas una media naranja, porque ¡tú eres una naranja entera!

Esta es, Claudia, la historia que, como virus, infecta la vida y el pensamiento de muchas personas en todo el mundo.

Pero llegó la hora de mandar este programa infeccioso a la Papelera de reciclaje. Llegó la hora de que te cuestiones toda esta historia, y de que decidas si quieres seguir manteniéndola en tu vida y soportar las consecuencias que ello te traería.

Y el primer paso a seguir es recuperar tu poder sobre tu cuerpo y tu pensamiento. Porque tú no te has entregado a nadie, tú no perteneces a nadie. Tu cuerpo no es el trofeo de nadie. Tu cuerpo es una obra de ingeniería maravillosa, que sólo te pertenece a ti y que te puede permitir sentir y conocer cosas inimaginables. Que alberga a un ser humano increíble en su interior, con una dignidad absoluta y un valor infinito.

Así que, querida Claudia, conócete, explórate, no tengas miedo de vivir, descubre. Y no derroches más energía creyendo en dogmas cuyo único fin es anular y destruir la maravillosa conciencia que tienes. Eso sí que es tu más preciado tesoro. Cuídalo.

freedom

EL DESPERTAR DE UNA PERA

GAZZETTA DEL APOCALIPSIS

pearwoman

Artículo escrito por LIBRE PENSADORA

Hoy me ha sucedido algo horrible.

Me han dicho que soy una pera.

Sí, sí, como lo oyes. Soy una pobre pera.

Resulta que a las mujeres se nos clasifica en función de la forma de nuestro cuerpo y de sus proporciones. Si tienes hombros anchos y caderas estrechas, eres una manzana. Si tienes, en cambio, poco pecho y caderas anchas eres una pera. Si estás delgada y eres una mujer con pocas curvas, entonces eres… ¡un plátano! Y si tienes pecho y caderas de tamaño mediano y una cintura muy marcada, ¡enhorabuena! Eres un reloj de arena.

p1Bien, pues resulta que tras decenas de milenios de evolución humana, aquí una servidora no es más que una vulgar pera. Y para colmo de males… ¡ser una pera es malo! ¡Muy malo! Lo ideal es ser un reloj de arena. Por tanto, debo…

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#12 – Quiero que seas mía

«Quiero que seas mía»

Habrás oído esa frase miles de veces, en películas, libros, y es posible que incluso en los cuentos e historias de princesas que veías de pequeña. Es como una fórmula mágica, como un hechizo, y si no me crees te voy a proponer un juego: cierra los ojos ahora mismo e imagina a la persona que más te gusta/atrae/de la que estás enamorada susurrándote al oído «QUIERO QUE SEAS MÍA».

¿Notas como se te pone la piel de gallina y te palpita fuerte el corazón? ¿Notas cómo ardes por dentro y un torrente de emociones fluye por tus venas? ¿No tiemblas al pensar en la persona que amas pidiéndote que seas sólo suya? ¿Se te caen las bragas la baba al pensarlo?

love

Si es así, siento decírtelo pero tienes un problema. A lo mejor piensas que estoy exagerando, o que quizá me acaba de dejar el novio y estoy pasando por aquella fase de «el amor es una mierda»… Pero no. No van por ahí los tiros.

¿Has pensado qué es lo que verdaderamente significa esa frase, especialmente la palabra «mía»? Vamos a analizarla.

Mía, en esta frase, es un pronombre posesivo, es decir, indica posesión. Así que cuando alguien te dice «eres mía» en realidad quiere decir que te posee, que tú eres de su propiedad, como si fueras un coche, unos calcetines o un cepillo de esos para quitarse la mierda de las uñas de los pies. Y lo mismo ocurre cuando otras tantas frases, como por ejemplo «tú me perteneces».

"Tú me perteneces", obra cumbre de la literatura universal

«Tú me perteneces», obra cumbre de la literatura universal

Pero lo grave no es lo que estas frases significan. Lo grave es lo que estas frases implican.

Cuando perteneces a alguien, tu cuerpo deja de ser tuyo. Ya no eres tú la qué decides qué ponerte, ni para qué ocasión. «Te arreglas para otros y no para mí», te dice tu pareja cuando sales de fiesta con tus amigas y decides ponerte guapísima para ello. Y son frases del tipo «me gustarías más si no estuvieras gorda, o si tuvieras las tetas más grandes» las que llevan a miles de mujeres a someterse a peligrosas dietas y operaciones de cirugía estética. Cuando tu pareja cree que le perteneces, se creerá con derecho a hacer contigo lo que quiera: forzarte a hacer cosas que no quieres hacer, insultarte, empujarte y llegar incluso a darte una paliza… y todo se justifica porque tú eres suya.

Cuando perteneces a alguien, renuncias a tu intimidad y dejas todo tu mundo en manos de esa especie de Gran Hermano que vigila todos tus movimientos. Ya no puedes ir a ningún sitio sin estar «informando» constantemente a esa persona, a quien debes explicaciones de con quién estas, qué haces, de qué hablas, porqué estás o no conectada al whatsapp… Todo tiene que estar bajo el control de esa persona, vives con miedo y bajo la sospecha constante.

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Cuando perteneces a alguien, también has de destruir tus vínculos afectivos con otras personas, porque no puedes ni debes tener amigxs (y mucho menos del sexo contrario), ni hacer caso de lo que tus seres queridos te digan. Implica que no hay más mundo ni más gente que esa persona, de la que dependes absolutamente para sentirte feliz contigo misma. Dependes constantemente de su aprobación, de sus «te quiero», de sus palabras bonitas…

¿¡Pero qué basura milenaria es esta!?

¿¡Pero qué basura milenaria es esta!?

Y además, normalmente, la relación de propiedad es recíproca: ya no sólo tu eres propiedad de alguien, sino que ese alguien también es propiedad tuya. Y eso también es destructivo para ti, porque cuando crees que alguien te pertenece, eso se convierte en una obsesión, en una droga: consumes toda tu energía en intentar averiguar qué hace esa persona, con quién se relaciona… Te conviertes en detective, cuando podrías dedicar tu tiempo a otras actividades mucho más interesantes y edificantes.

Por tu propia salud mental... ¡no te conviertas en novix obsesivx!

Por tu propia salud mental… ¡no te conviertas en novix obsesivx!

Frenemos un momento… ¿verdad que este retrato del amor no es muy agradable?

¿Y, por qué, a pesar de todo, seguimos viéndolo como «normal»?

La respuesta está en que, a lo largo de mucho tiempo, el Sistema nos ha lavado el cerebro para que nosotras creamos que esto es natural, que es que «el amor duele». Y lo hace desde la más tierna infancia, con cuentos en los que las princesas tienen que sufrir terribles penurias para encontrar el Amor, personificado en su Príncipe Azul. Ese es el máximo sueño al que debemos aspirar, es esa la recompensa por la que merece la pena entregar tu voz a una bruja, como en el caso de la Sirenita (muy simbólico esto, por cierto), o incluso entregar tu vida, como en el caso de la Bella Durmiente…

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Mujer, no sueñes (a no ser que sea con un tío)

Pero, ¿por qué tanta historia de amor con final feliz? ¿Por qué tanto bombardeo en revistas, películas, novelas?

¿Por qué todo el mundo te medio obliga a encontrar pareja si estás soltera?

¿Y por qué todo el mundo te critica si tienes (o si quieres tener) una relación que no sea convencional, que no se base en la propiedad ni en la dependencia emocional?

¿Por qué parece que todxs forman un complot contra ti?

Todo esto es porque, cuando aceptas ser PROPIEDAD de otra persona, aceptas convertirte en un objeto, y también aceptas renunciar a tu LIBERTAD como individuo, como ser pensante, viviente, y sintiente. Y si renuncias a tener tu propia libertad, tu propio pensamiento, tu propia conciencia, autonomía y capacidad de tomar decisiones… jamás te cuestionarás el lugar en el que el Sistema te ha colocado. Sí, el capitalismo ha secuestrado una idea tan bella y maravillosa como el amor, de tal forma que sus reglas se basen en las mismas reglas que la propiedad privada… todo para mantenerte sumisa y quieta en tu sitio. Pero no te dejes engañar: el amor basado en la posesión no es amor, sino sufrimiento, sumisión, manipulación y dependencia emocional, entre otras cosas.

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¿Y cómo podríamos combatir esta idea del amor tan amarga y mercantilista?

En mi opinión, la mejor forma de luchar contra el amor falso es con amor verdadero, del bueno, del de verdad. Aquel que no se representa con un candado cerrado, que no «ata», que no «encierra», sino con un candado abierto: tú abres las puertas de tu mundo a otra persona, cuando quieres y como quieres (y las cierras también cuando quieres)… no para «atrapar» a la otra persona ni que ella te atrape a ti; sino para sumar, para construir, descubrir infinidad de cosas nuevas…

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En definitiva, se trata de pasar del «quiero que seas mía»… al «quiero que seas… CONMIGO»

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#10 – ETERNAMENTE ESCLAVAS

Hoy voy a hablar de un tema que ha estado de actualidad en España este último mes de agosto, el de la violación. Y lo hago porque me parece un tema de extrema importancia, y me molesta cómo la sociedad parece quitarle hierro al asunto.

Puede que las mujeres (occidentales) hayamos avanzado un montón en tema de derechos. Sí, ahora podemos votar (lo cual está muy bien), tenemos más de independencia que antaño, más acceso a medios de planificación familiar, y unas leyes que nos amparan e incluso nos discriminan positivamente en un cierto número de casos. Pero mientras sigamos viviendo constantemente con el fantasma de la violación acechándonos, con el riesgo de salir a la calle y que nos hagan algo horrible, nunca seremos libres. Seremos eternamente esclavas. Eternamente dependientes de un hombre que nos tenga que acompañar a todas partes, eternamente presas del miedo, eternamente limitadas a la hora de hacer cosas, de viajar, de movernos, de trabajar.

Puede que existan penas (más que insuficientes, por cierto) que castiguen a los violadores, puede que los políticos lo condenen, puede que todos, de cara a los demás, digamos que la violación es algo horrible y que los violadores son unos hijos de la gran puta, porque es lo «políticamente correcto». Pero las violaciones se siguen produciendo y las mujeres seguimos viviendo con miedo. Somos incapaces de avanzar. ¿Por qué?

Para encontrar la respuesta, hemos de sumirnos en lo más profundo de nuestra mente. Y ahí es donde encontramos una gran barrera que nos lo impide.

Esa barrera nos impide imaginar un mundo sin violadores, porque casi todxs pensamos, aunque sea de forma inconsciente, que el varón humano es una bestia incapaz de controlar sus impulsos sexuales. Todxs pensamos que esto es inevitable, inmutable, que esto «es así» y no se puede cambiar, y que por lo tanto es la hembra humana la que debe tener cuidado, cubrirse, evitar ir sola a ningún sitio y, en definitiva, avergonzarse de su propia sexualidad, tratando de anularla, para evitar que su perfume de mujer llegue a la nariz de algún salvaje depredador en busca de su presa. Y, por lo tanto, cuando la violación sucede, nuestra mente de forma automática tiende a culpar a la víctima que no ha tenido el suficiente «cuidado» de no ser agredida por su violador, o incluso pensamos que «lo ha ido buscando».

Nuestra barrera mental no sólo nos lleva a culpabilizar a la víctima, sino también a castigarla por «lo que ha hecho». En lo más profundo de nuestra mente no pensamos en la violación como una inaceptable agresión y un daño físico y psicológico, sino como una «pérdida de honor» de la mujer. La mujer pierde su dignidad, y el hombre se hace con ella como si fuera un trofeo. Por ello, no entendemos que una mujer pueda querer recuperarse tras sufrir una violación, que tenga derecho a reponerse, a superarlo y a volver a disfrutar de su salud física, psicológica o sexual. Pensamos que debe apartarse del mundo y vivir sumida en la vergüenza y la oscuridad hasta el último día de su vida. Y a la mujer que quiere volver a vivir y que se niega a confinarse de ese modo, la llamamos «buscona» e incluso pensamos que en realidad no fue violada, sino que está mintiendo.

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Y esta barrera, además, limita nuestro concepto de «violación» a «chica que va sola por la calle, es asaltada por un desconocido y resiste hasta morir brutalmente asesinada». No entendemos que una violación a manos de un amigo, una pareja o un marido también es una violación; no entendemos que una violación en la que la chica no resiste (porque está bloqueada por el miedo o porque no quiere que la hagan aún más daño) también es una violación. Y si una mujer consiente una cierta práctica sexual pero en el transcurso de la misma es forzada a realizar otras, sí, también es violación, pero nosotrxs por desgracia no lo entendemos. No entendemos que decir «sí» a una cosa no significa decir «sí» a todo. No entendemos que la mujer es propietaria de su cuerpo y de su mente, no entendemos que una prenda de ropa o una caricia NO son una invitación a sufrir una agresión.

Hasta que no consigamos derrumbar ese muro mental, no podremos ni tan siquiera vislumbrar a lo lejos la solución para este grave problema. Y al Sistema le interesa, y mucho, mantener esa barrera y hacerla crecer. Le interesa que toda esa energía, toda esa fuerza que guardamos el 50% de la población y que podríamos utilizar para cambiar el mundo quede recluida, oprimida y encerrada en casa debido al miedo constante a sufrir una violación. Pensaréis: el Sistema mete a los violadores en la cárcel. Cierto. Pero el Sistema también nos lava el cerebro a través de la televisión, la publicidad y la pornografía de masas para convencernos de que la mujer es un objeto sexual y de que su propio cuerpo no le pertenece.

¿Qué podemos hacer para emprender nuestro camino hacia la libertad colectiva? Todo empieza por cambiar el chip, por reprogramarnos, por educar y autoeducarnos. Dejar de enseñar a las mujeres a no ser violadas y enseñar a los hombres a no violar. Dejar de tener miedo a soñar con un mundo en el que las mujeres no estén en peligro, y alzar nuestra voz, hacernos oír y luchar por lo que nos pertenece: nuestro cuerpo, nuestra libertad de decisión, nuestro valor intrínseco como seres humanos y no como objetos de satisfacción para otros.

Porque de lo contrario seguiremos siendo eternamente esclavas.

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#9 – Lo que te honra y lo que te hace culpable

Te honra tu sonrisa, tu voz, tus palabras. Te honran tus manos. Te honra tu fe y tus ideas. Te honra tu energía y te honra tu fuerza. tu Te honra tu coraje, tu determinación, tu voluntad de cambiar el mundo. Te honra tu pensamiento, te honran tus dudas, te honran tu razón y tu intuición.

Te honra tu entrega a la hora de hacer las cosas. Te honra tu pasión, te honra tu conciencia, te honra tu sentido de la justicia, tu solidaridad, tu empatía. Te honra tu preocupación, tu dolor y tu rabia por la destrucción del Planeta, por la masacre de personas inocentes, por las estúpidas guerras en las que los seres humanos se matan unos a otros y sólo salen ganando las élites que controlan el Sistema.

Te honran tus convicciones más profundas, tu personalidad, tu autenticidad.

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No es un trozo de piel de tu coño lo que te honra, ni con quién te acuestes o te dejes de acostar. Tu dignidad como mujer no depende de lo que decidas hacer en tu vida sexual.

No es la opinión de los demás lo que te honra o te deshonra, ni las malditas etiquetas que te pongan, ni los prejuicios o acusaciones que tengan contra ti. No es la ropa que llevas lo que te honra, ni tampoco tu condición de casada o soltera.

No es tu fama lo que te honra o deshonra, ni los comentarios de los demás. El mundo real no es Sálvame. No son los demás los que deciden tu honra. No pueden impedir que trates de conseguir lo que quieres.

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Eres culpable de no sentirte capaz. Eres culpable de dejarte llevar por el miedo, de creerles cuando te dicen que no puedes, que «es imposible».

Eres culpable por creer que tu cuerpo es propiedad de alguien.

Eres culpable de cerrar los ojos y no querer ver la realidad, de ponerte excusas, de pensar que tú no eres apta ni responsable de conseguir lo que te propongas y de esperar a que alguien venga y lo haga por ti. Te han lavado el cerebro y te han hecho creer que por ser mujer eres inferior, eso no es culpa tuya.

Pero si después de darte cuenta de esto, sigues pensando que después de todo «hay que aceptar las cosas como son, pues no hay nada que se puede hacer»… sufrirás grandes limitaciones en tu vida y quizá sí que tengas algo de culpa en ello.

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No eres culpable por ser diferente. No eres culpable por estar gorda, o mejor dicho, por no estar delgada; no eres culpable por no vestir a la moda, por no entrar en una talla 36. No eres culpable por no tener novio, o por no tener la clase de relación que el Sistema considera que debes tener.

No eres culpable por no tener un buen sueldo, o por no poder llevar a tus hijos a un colegio de pago; no eres culpable por no llevar un bolso de tal o cual marca. No eres culpable por no tener una casa de revista, por no tener el trabajo super-mega-guay que todo el mundo querría o por no tener trabajo.

Si tienes ganas de comida, de sexo o de dormir no es porque seas culpable, es porque eres humana.

No eres culpable por PENSAR, por preguntar, por cuestionar (aunque te quieren hacer creer que SÍ) ni tampoco eres culpable por sentir, por amar, por desear, por equivocarte ni por llorar. No eres culpable por soñar, no eres culpable por IMAGINAR, ni por creer que se puede cambiar esta sociedad absurda y enferma. Sí, se reirán de ti y te llamarán ilusa, infantil, loca. Pero lo cierto es que tú ves la realidad con mucha más luz, color y profundidad que ellos.

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Hay muchas páginas, blogs, artículos de revistas y programas de televisión que te enseñan cómo conseguir tus objetivos, cómo tener «éxito». Te dicen cómo tener un vientre plano, cómo aprender inglés en poco tiempo, cómo conseguir «un buen trabajo», cómo copiar el estilo de alguna famosa de mierda…

Te dicen que gastes el tiempo de tu vida en ponerte guapa, en consumir trastos que no necesitas, en obedecer. Quieren que tu vida pase de forma rápida e irrelevante. Que no hables, no molestes y no llames la atención.

Pero sabes que tu misión en la vida es algo mucho más grande que eso.

Te dicen a quién tienes que despreciar y a quién tienes que envidiar, a quién deberías parecerte. Pero a ti no tiene por qué ensombrecer nadie.

Tú tienes un potencial como ser humano increíble.

Así que escucha a tu mente, escucha a tu cuerpo. No les escuches nunca más a ellos.

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#8 – Estropeadas

Hoy voy a hablar de cómo la sociedad enfrenta a la mujer con su compañero inevitable, el paso del tiempo. Sí, de acuerdo, este blog se describe como una «guía de (des)programación mental para mujeres jóvenes», y el envejecimiento quizá no sea, de forma inmediata, una de las principales preocupaciones de las mujeres jóvenes. Pero todas, en nuestra mente, llevamos incorporado una especie de «chip», un programa, que nos recuerda que un trágico día nos convertiremos en viejas brujas, en flores marchitas, en mujeres estropeadas.

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Una de las razones que me ha movido a escribir sobre este tema es que las mujeres mayores de 50 años que tengo a mi alrededor (madre, abuelas, tías, y otras mujeres de confianza) me repiten, con bastante frecuencia y un tono de lástima, de nostalgia, la siguiente idea: «tú disfruta, vive, aprovecha tu juventud, que luego llega un momento que te pasa como a mí, te haces vieja y te estropeas…«. A mí me gustaría decirlas a todas ellas que son mujeres estupendas y que no están estropeadas, que son seres humanos con miles de historias de contar y con una amplia experiencia que compartir, que están llenas de luz y sabiduría… Pero hay una venda en nuestros ojos que no nos deja ver.

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He hablado anteriormente de cómo el Sistema nos programa a las mujeres para odiarnos a nosotras mismas, cómo nos expropian nuestro cuerpo, nuestra mente, hasta el punto de de convertirnos en esclavas sumisas y perfectamente manipulables. La idea de fondo, grabada a fuego en el inconsciente colectivo, es siempre la misma: tu valor como mujer depende exclusivamente de lo sexualmente deseable que seas. Esto es tristísimo, pero además, para complicar aún más las cosas, ser «sexualmente deseable» se reduce a unos parámetros muy limitados, como ser joven, estar delgada, tener los pechos grandes, unos rasgos faciales y físicos conformes al canon de belleza vigente… y estos requisitos son, además, cada vez más estrictos, de manera que cada vez hay que ser más joven, estar más delgada, tener los pechos más grandes (lo cual entra en contradicción con lo anterior) y que tus rasgos no se salgan una milésima del maldito canon. Para entrar por el aro y pasar por el control de calidad, tenemos muchas herramientas: si estamos canónicamente gordas, podemos adelgazar, si somos canónicamente feas, podemos maquillarnos, pero hay una cosa que nunca se puede evitar ni detener: el paso del tiempo, y los intentos de hacerlo a menudo derivan en resultados esperpénticos.

Sólo hoy oferta especial en Morcillas de Burgos!!

¿Sigues pensando que las arrugas no son hermosas?

Ver en la televisión rostros inmovilizados por el bótox, que no pueden ni tan siquiera sonreír, horroriza a cualquiera; ver cuerpos imposibles moldeados a golpe de bisturí y silicona, también; ver almas tristes, que no quieren aceptar algo tan natural como su edad…es sin duda descorazonador. Sin embargo, hay un todo un negocio a escala mundial que se nutre de nuestros miedos, nuestro miedo a las arrugas, nuestro miedo a las canas, nuestro miedo a dejar de ser, en definitiva, objetos sexuales, que es para lo que estamos programadas… Y no nos damos cuenta de que lo que nos están vendiendo no es real, sino una ridícula fantasía: en los anuncios de cremas antiarrugas aparecen chicas de 18 años, en los anuncios de cremas anticelulíticas aparecen chicas a las que aún no les ha salido celulitis, en películas y series aparecen actrices de 25 años haciendo el papel de una experimentada madre de 40…pero la realidad es que vosotras nunca seréis como esas chicas, porque la ciencia aún no ha descubierto como viajar hacia atrás en el tiempo, y… ¿sabéis que? ¡tampoco tenéis por qué ser como esas chicas!

Sin embargo nuestros miedos ahí siguen, y en cierto modo es lógico. Un hombre maduro, con sus primeras arrugas y sus primeras canas, es ampliamente considerado un hombre atractivo, experimentado, inteligente e interesante… La mujer madura, en cambio, es invisible (¿cuántas presentadoras, periodistas, actrices, humoristas… mayores salen en televisión?, poquísimas, muchas menos que hombres) o bien es ridícula (una vieja bruja amargada e histérica que envidia y ataca a las más jóvenes). En los últimos años, el papel de la mujer madura en los medios ha evolucionado y ahora resulta todavía más penoso, y ello se debe al tono compasivo y almibarado que utilizan muchas revistas y programas a la hora de hablar de la menopausia, como diciendo: «¡eh, todos te vamos a tratar como una vieja y gorda de mierda, pero ánimo, que tú puedes! Ahora compra un pañal para que no te mees encima y aprende nuestras deliciosas recetas para hacer la merienda a tus nietos».

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De todas las humillaciones que el Sistema perpetra hacia las mujeres, quizá esta sea la mayor de todas: propagar el odio hacia la mujer por algo tan inevitable, natural y lógico como hacerse mayor, logrando que incluso llegue a odiarse a sí misma. Yo al Sistema ya no le pido nada, no espero nada de él: sé que no basta con pequeños cambios ni con «pequeñas victorias», hasta que este injusto modelo económico y social se venga abajo por completo el ser humano nunca podrá liberarse de sus estúpidas cadenas.

Pero sí que pido algo a las mujeres maduras, y desde aquí lanzo un mensaje desesperado hacia ellas. Porque sin duda estamos viviendo un momento histórico, un cambio de paradigma social y económico: el Sistema seguirá siendo igual de injusto, pero el poder está diseñando nuevos métodos (aún más sofisticados y retorcidos) para seguir robándonos nuestro pensamiento y nuestra libertad. Claramente, el mundo va a cambiar, y por ello lxs ciudadanxs debemos despertar y luchar para que ese cambio sea a nuestro favor, para cambiar las reglas de este juego de locos. Y para que el mundo cambie en ese sentido, el mundo necesita vuestra experiencia, sabiduría, madurez, sensibilidad, sensatez, valentía, fuerza, serenidad, firmeza, aprendizaje…

Porque vosotras NO estáis estropeadas, es la sociedad la que está estropeada, enferma, marchita, caduca, podrida.

Y vuestra voz, mente y manos son absolutamente imprescindibles para cambiarla.

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