#12 – Quiero que seas mía

«Quiero que seas mía»

Habrás oído esa frase miles de veces, en películas, libros, y es posible que incluso en los cuentos e historias de princesas que veías de pequeña. Es como una fórmula mágica, como un hechizo, y si no me crees te voy a proponer un juego: cierra los ojos ahora mismo e imagina a la persona que más te gusta/atrae/de la que estás enamorada susurrándote al oído «QUIERO QUE SEAS MÍA».

¿Notas como se te pone la piel de gallina y te palpita fuerte el corazón? ¿Notas cómo ardes por dentro y un torrente de emociones fluye por tus venas? ¿No tiemblas al pensar en la persona que amas pidiéndote que seas sólo suya? ¿Se te caen las bragas la baba al pensarlo?

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Si es así, siento decírtelo pero tienes un problema. A lo mejor piensas que estoy exagerando, o que quizá me acaba de dejar el novio y estoy pasando por aquella fase de «el amor es una mierda»… Pero no. No van por ahí los tiros.

¿Has pensado qué es lo que verdaderamente significa esa frase, especialmente la palabra «mía»? Vamos a analizarla.

Mía, en esta frase, es un pronombre posesivo, es decir, indica posesión. Así que cuando alguien te dice «eres mía» en realidad quiere decir que te posee, que tú eres de su propiedad, como si fueras un coche, unos calcetines o un cepillo de esos para quitarse la mierda de las uñas de los pies. Y lo mismo ocurre cuando otras tantas frases, como por ejemplo «tú me perteneces».

"Tú me perteneces", obra cumbre de la literatura universal

«Tú me perteneces», obra cumbre de la literatura universal

Pero lo grave no es lo que estas frases significan. Lo grave es lo que estas frases implican.

Cuando perteneces a alguien, tu cuerpo deja de ser tuyo. Ya no eres tú la qué decides qué ponerte, ni para qué ocasión. «Te arreglas para otros y no para mí», te dice tu pareja cuando sales de fiesta con tus amigas y decides ponerte guapísima para ello. Y son frases del tipo «me gustarías más si no estuvieras gorda, o si tuvieras las tetas más grandes» las que llevan a miles de mujeres a someterse a peligrosas dietas y operaciones de cirugía estética. Cuando tu pareja cree que le perteneces, se creerá con derecho a hacer contigo lo que quiera: forzarte a hacer cosas que no quieres hacer, insultarte, empujarte y llegar incluso a darte una paliza… y todo se justifica porque tú eres suya.

Cuando perteneces a alguien, renuncias a tu intimidad y dejas todo tu mundo en manos de esa especie de Gran Hermano que vigila todos tus movimientos. Ya no puedes ir a ningún sitio sin estar «informando» constantemente a esa persona, a quien debes explicaciones de con quién estas, qué haces, de qué hablas, porqué estás o no conectada al whatsapp… Todo tiene que estar bajo el control de esa persona, vives con miedo y bajo la sospecha constante.

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Cuando perteneces a alguien, también has de destruir tus vínculos afectivos con otras personas, porque no puedes ni debes tener amigxs (y mucho menos del sexo contrario), ni hacer caso de lo que tus seres queridos te digan. Implica que no hay más mundo ni más gente que esa persona, de la que dependes absolutamente para sentirte feliz contigo misma. Dependes constantemente de su aprobación, de sus «te quiero», de sus palabras bonitas…

¿¡Pero qué basura milenaria es esta!?

¿¡Pero qué basura milenaria es esta!?

Y además, normalmente, la relación de propiedad es recíproca: ya no sólo tu eres propiedad de alguien, sino que ese alguien también es propiedad tuya. Y eso también es destructivo para ti, porque cuando crees que alguien te pertenece, eso se convierte en una obsesión, en una droga: consumes toda tu energía en intentar averiguar qué hace esa persona, con quién se relaciona… Te conviertes en detective, cuando podrías dedicar tu tiempo a otras actividades mucho más interesantes y edificantes.

Por tu propia salud mental... ¡no te conviertas en novix obsesivx!

Por tu propia salud mental… ¡no te conviertas en novix obsesivx!

Frenemos un momento… ¿verdad que este retrato del amor no es muy agradable?

¿Y, por qué, a pesar de todo, seguimos viéndolo como «normal»?

La respuesta está en que, a lo largo de mucho tiempo, el Sistema nos ha lavado el cerebro para que nosotras creamos que esto es natural, que es que «el amor duele». Y lo hace desde la más tierna infancia, con cuentos en los que las princesas tienen que sufrir terribles penurias para encontrar el Amor, personificado en su Príncipe Azul. Ese es el máximo sueño al que debemos aspirar, es esa la recompensa por la que merece la pena entregar tu voz a una bruja, como en el caso de la Sirenita (muy simbólico esto, por cierto), o incluso entregar tu vida, como en el caso de la Bella Durmiente…

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Mujer, no sueñes (a no ser que sea con un tío)

Pero, ¿por qué tanta historia de amor con final feliz? ¿Por qué tanto bombardeo en revistas, películas, novelas?

¿Por qué todo el mundo te medio obliga a encontrar pareja si estás soltera?

¿Y por qué todo el mundo te critica si tienes (o si quieres tener) una relación que no sea convencional, que no se base en la propiedad ni en la dependencia emocional?

¿Por qué parece que todxs forman un complot contra ti?

Todo esto es porque, cuando aceptas ser PROPIEDAD de otra persona, aceptas convertirte en un objeto, y también aceptas renunciar a tu LIBERTAD como individuo, como ser pensante, viviente, y sintiente. Y si renuncias a tener tu propia libertad, tu propio pensamiento, tu propia conciencia, autonomía y capacidad de tomar decisiones… jamás te cuestionarás el lugar en el que el Sistema te ha colocado. Sí, el capitalismo ha secuestrado una idea tan bella y maravillosa como el amor, de tal forma que sus reglas se basen en las mismas reglas que la propiedad privada… todo para mantenerte sumisa y quieta en tu sitio. Pero no te dejes engañar: el amor basado en la posesión no es amor, sino sufrimiento, sumisión, manipulación y dependencia emocional, entre otras cosas.

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¿Y cómo podríamos combatir esta idea del amor tan amarga y mercantilista?

En mi opinión, la mejor forma de luchar contra el amor falso es con amor verdadero, del bueno, del de verdad. Aquel que no se representa con un candado cerrado, que no «ata», que no «encierra», sino con un candado abierto: tú abres las puertas de tu mundo a otra persona, cuando quieres y como quieres (y las cierras también cuando quieres)… no para «atrapar» a la otra persona ni que ella te atrape a ti; sino para sumar, para construir, descubrir infinidad de cosas nuevas…

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En definitiva, se trata de pasar del «quiero que seas mía»… al «quiero que seas… CONMIGO»

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#10 – ETERNAMENTE ESCLAVAS

Hoy voy a hablar de un tema que ha estado de actualidad en España este último mes de agosto, el de la violación. Y lo hago porque me parece un tema de extrema importancia, y me molesta cómo la sociedad parece quitarle hierro al asunto.

Puede que las mujeres (occidentales) hayamos avanzado un montón en tema de derechos. Sí, ahora podemos votar (lo cual está muy bien), tenemos más de independencia que antaño, más acceso a medios de planificación familiar, y unas leyes que nos amparan e incluso nos discriminan positivamente en un cierto número de casos. Pero mientras sigamos viviendo constantemente con el fantasma de la violación acechándonos, con el riesgo de salir a la calle y que nos hagan algo horrible, nunca seremos libres. Seremos eternamente esclavas. Eternamente dependientes de un hombre que nos tenga que acompañar a todas partes, eternamente presas del miedo, eternamente limitadas a la hora de hacer cosas, de viajar, de movernos, de trabajar.

Puede que existan penas (más que insuficientes, por cierto) que castiguen a los violadores, puede que los políticos lo condenen, puede que todos, de cara a los demás, digamos que la violación es algo horrible y que los violadores son unos hijos de la gran puta, porque es lo «políticamente correcto». Pero las violaciones se siguen produciendo y las mujeres seguimos viviendo con miedo. Somos incapaces de avanzar. ¿Por qué?

Para encontrar la respuesta, hemos de sumirnos en lo más profundo de nuestra mente. Y ahí es donde encontramos una gran barrera que nos lo impide.

Esa barrera nos impide imaginar un mundo sin violadores, porque casi todxs pensamos, aunque sea de forma inconsciente, que el varón humano es una bestia incapaz de controlar sus impulsos sexuales. Todxs pensamos que esto es inevitable, inmutable, que esto «es así» y no se puede cambiar, y que por lo tanto es la hembra humana la que debe tener cuidado, cubrirse, evitar ir sola a ningún sitio y, en definitiva, avergonzarse de su propia sexualidad, tratando de anularla, para evitar que su perfume de mujer llegue a la nariz de algún salvaje depredador en busca de su presa. Y, por lo tanto, cuando la violación sucede, nuestra mente de forma automática tiende a culpar a la víctima que no ha tenido el suficiente «cuidado» de no ser agredida por su violador, o incluso pensamos que «lo ha ido buscando».

Nuestra barrera mental no sólo nos lleva a culpabilizar a la víctima, sino también a castigarla por «lo que ha hecho». En lo más profundo de nuestra mente no pensamos en la violación como una inaceptable agresión y un daño físico y psicológico, sino como una «pérdida de honor» de la mujer. La mujer pierde su dignidad, y el hombre se hace con ella como si fuera un trofeo. Por ello, no entendemos que una mujer pueda querer recuperarse tras sufrir una violación, que tenga derecho a reponerse, a superarlo y a volver a disfrutar de su salud física, psicológica o sexual. Pensamos que debe apartarse del mundo y vivir sumida en la vergüenza y la oscuridad hasta el último día de su vida. Y a la mujer que quiere volver a vivir y que se niega a confinarse de ese modo, la llamamos «buscona» e incluso pensamos que en realidad no fue violada, sino que está mintiendo.

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Y esta barrera, además, limita nuestro concepto de «violación» a «chica que va sola por la calle, es asaltada por un desconocido y resiste hasta morir brutalmente asesinada». No entendemos que una violación a manos de un amigo, una pareja o un marido también es una violación; no entendemos que una violación en la que la chica no resiste (porque está bloqueada por el miedo o porque no quiere que la hagan aún más daño) también es una violación. Y si una mujer consiente una cierta práctica sexual pero en el transcurso de la misma es forzada a realizar otras, sí, también es violación, pero nosotrxs por desgracia no lo entendemos. No entendemos que decir «sí» a una cosa no significa decir «sí» a todo. No entendemos que la mujer es propietaria de su cuerpo y de su mente, no entendemos que una prenda de ropa o una caricia NO son una invitación a sufrir una agresión.

Hasta que no consigamos derrumbar ese muro mental, no podremos ni tan siquiera vislumbrar a lo lejos la solución para este grave problema. Y al Sistema le interesa, y mucho, mantener esa barrera y hacerla crecer. Le interesa que toda esa energía, toda esa fuerza que guardamos el 50% de la población y que podríamos utilizar para cambiar el mundo quede recluida, oprimida y encerrada en casa debido al miedo constante a sufrir una violación. Pensaréis: el Sistema mete a los violadores en la cárcel. Cierto. Pero el Sistema también nos lava el cerebro a través de la televisión, la publicidad y la pornografía de masas para convencernos de que la mujer es un objeto sexual y de que su propio cuerpo no le pertenece.

¿Qué podemos hacer para emprender nuestro camino hacia la libertad colectiva? Todo empieza por cambiar el chip, por reprogramarnos, por educar y autoeducarnos. Dejar de enseñar a las mujeres a no ser violadas y enseñar a los hombres a no violar. Dejar de tener miedo a soñar con un mundo en el que las mujeres no estén en peligro, y alzar nuestra voz, hacernos oír y luchar por lo que nos pertenece: nuestro cuerpo, nuestra libertad de decisión, nuestro valor intrínseco como seres humanos y no como objetos de satisfacción para otros.

Porque de lo contrario seguiremos siendo eternamente esclavas.

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#9 – Lo que te honra y lo que te hace culpable

Te honra tu sonrisa, tu voz, tus palabras. Te honran tus manos. Te honra tu fe y tus ideas. Te honra tu energía y te honra tu fuerza. tu Te honra tu coraje, tu determinación, tu voluntad de cambiar el mundo. Te honra tu pensamiento, te honran tus dudas, te honran tu razón y tu intuición.

Te honra tu entrega a la hora de hacer las cosas. Te honra tu pasión, te honra tu conciencia, te honra tu sentido de la justicia, tu solidaridad, tu empatía. Te honra tu preocupación, tu dolor y tu rabia por la destrucción del Planeta, por la masacre de personas inocentes, por las estúpidas guerras en las que los seres humanos se matan unos a otros y sólo salen ganando las élites que controlan el Sistema.

Te honran tus convicciones más profundas, tu personalidad, tu autenticidad.

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No es un trozo de piel de tu coño lo que te honra, ni con quién te acuestes o te dejes de acostar. Tu dignidad como mujer no depende de lo que decidas hacer en tu vida sexual.

No es la opinión de los demás lo que te honra o te deshonra, ni las malditas etiquetas que te pongan, ni los prejuicios o acusaciones que tengan contra ti. No es la ropa que llevas lo que te honra, ni tampoco tu condición de casada o soltera.

No es tu fama lo que te honra o deshonra, ni los comentarios de los demás. El mundo real no es Sálvame. No son los demás los que deciden tu honra. No pueden impedir que trates de conseguir lo que quieres.

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Eres culpable de no sentirte capaz. Eres culpable de dejarte llevar por el miedo, de creerles cuando te dicen que no puedes, que «es imposible».

Eres culpable por creer que tu cuerpo es propiedad de alguien.

Eres culpable de cerrar los ojos y no querer ver la realidad, de ponerte excusas, de pensar que tú no eres apta ni responsable de conseguir lo que te propongas y de esperar a que alguien venga y lo haga por ti. Te han lavado el cerebro y te han hecho creer que por ser mujer eres inferior, eso no es culpa tuya.

Pero si después de darte cuenta de esto, sigues pensando que después de todo «hay que aceptar las cosas como son, pues no hay nada que se puede hacer»… sufrirás grandes limitaciones en tu vida y quizá sí que tengas algo de culpa en ello.

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No eres culpable por ser diferente. No eres culpable por estar gorda, o mejor dicho, por no estar delgada; no eres culpable por no vestir a la moda, por no entrar en una talla 36. No eres culpable por no tener novio, o por no tener la clase de relación que el Sistema considera que debes tener.

No eres culpable por no tener un buen sueldo, o por no poder llevar a tus hijos a un colegio de pago; no eres culpable por no llevar un bolso de tal o cual marca. No eres culpable por no tener una casa de revista, por no tener el trabajo super-mega-guay que todo el mundo querría o por no tener trabajo.

Si tienes ganas de comida, de sexo o de dormir no es porque seas culpable, es porque eres humana.

No eres culpable por PENSAR, por preguntar, por cuestionar (aunque te quieren hacer creer que SÍ) ni tampoco eres culpable por sentir, por amar, por desear, por equivocarte ni por llorar. No eres culpable por soñar, no eres culpable por IMAGINAR, ni por creer que se puede cambiar esta sociedad absurda y enferma. Sí, se reirán de ti y te llamarán ilusa, infantil, loca. Pero lo cierto es que tú ves la realidad con mucha más luz, color y profundidad que ellos.

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Hay muchas páginas, blogs, artículos de revistas y programas de televisión que te enseñan cómo conseguir tus objetivos, cómo tener «éxito». Te dicen cómo tener un vientre plano, cómo aprender inglés en poco tiempo, cómo conseguir «un buen trabajo», cómo copiar el estilo de alguna famosa de mierda…

Te dicen que gastes el tiempo de tu vida en ponerte guapa, en consumir trastos que no necesitas, en obedecer. Quieren que tu vida pase de forma rápida e irrelevante. Que no hables, no molestes y no llames la atención.

Pero sabes que tu misión en la vida es algo mucho más grande que eso.

Te dicen a quién tienes que despreciar y a quién tienes que envidiar, a quién deberías parecerte. Pero a ti no tiene por qué ensombrecer nadie.

Tú tienes un potencial como ser humano increíble.

Así que escucha a tu mente, escucha a tu cuerpo. No les escuches nunca más a ellos.

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#5 – Tu cuerpo es tuyo… ¡pero tu mente también!

A lo largo de la historia, el sistema ha encontrado multitud de maneras de apropiarse del cuerpo de las mujeres. Durante siglos, y aún hoy en día, muchas mujeres no pueden decidir con quién casarse, con quién tener relaciones, cuántos hijos tener; en definitiva, han sido y siguen siendo consideradas un bien mueble más cuya propiedad pasa del padre al marido, y, más recientemente en la sociedad del consumo, unas muñecas que deben permanecer, ante todo, calladas, hermosas y exhibiendo una perfecta sonrisa.

La brutal deshumanización de las mujeres a través de la expropiación de su cuerpo ha sido descrita de forma magistral en el primer capítulo de El Segundo Sexo de Simone de Beauvoir, presentada en impactantes documentales como El cuerpo de las mujeres de Lorella Zanardo y denunciada a través de muchas campañas emprendidas por gente comprometida, últimamente sobre todo debido al retroceso en materia de derechos sexuales y reproductivos que está sucediendo en nuestro país.

Se trata, sin duda, de una lucha de vital importancia que no se puede abandonar. Hoy, sin embargo, voy a hablar de algo que siempre acompaña a la expropiación del cuerpo pero que se trata de una forma de manipulación más encubierta y sutil: cómo el sistema nos expropia nuestra mente y nos desposee de nuestro pensamiento propio. A través de la expropiación del cuerpo se consigue la dominación y la humillación de la mujer, pero a través de la expropiación de la mente se consigue que ella lo acepte y justifique.

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Por eso al sistema le interesa, muy especialmente, que permanezcamos alienadas de este modo: saben que a través de leyes, costumbres o utilizando la religión como pretexto es muy fácil robarnos nuestro cuerpo, pero robarnos nuestras ideas y convicciones más profundas sólo depende de que nosotras les dejemos entrar en nuestro cerebro, de que les permitamos manipular nuestro pensamiento a sus anchas. Una vez que seamos conscientes de que estamos engañadas, podrán encarcelarnos e incluso quemarnos en la hoguera como nuestras homólogas medievalespero saben que ya no seremos nunca más otro ladrillo en su muro de opresión y miedo. Cuando un ladrillo se cae de la pared, ésta sigue en pie, pero cuando caen todos, el muro desaparece.

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¿Las estrategias para conseguir esto? Son muchas. La primera, hacernos machistas a nosotras mismas. Quizá sea la más evidente, aunque lo cierto es que la tenemos tan incorporada en nuestro día a día y en nuestros esquemas mentales que muchas veces hablamos y pensamos sexista sin ni siquiera darnos cuenta. Cuando nos enteramos de que, por ejemplo, una chica ha sido violada y de que, por miedo o por cualquier otra razón no ha podido oponer resistencia… enseguida decimos: ah, pero ¿se ha dejado violar?, o el más asqueroso: ¿no lo iría buscando? Sí, todxs sabemos que una violación es un terrible acto forzado, que nadie lo «va buscando» y que el NO de una mujer basta, pero, siendo honestxs, a todxs se nos ha escapado alguna vez, y frecuentemente estigmatizamos a la mujer violada por haber sobrevivido, mientras en nuestro subconsciente retumba el ancestral prejuicio: si no ha muerto como mártir, entonces es una puta…

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Para hacernos sexistas, es muy importante conseguir que nos odiemos entre nosotras, que no estemos unidas, que veamos a las demás mujeres como competidoras en la lucha por complacer al varón. Nos ponen una especie de gafas para que veamos a las otras mujeres con los ojos de un hombre: nos programan para juzgar escrupulosamente a otras mujeres por razón de su físico (en realidad, más de lo que lo haría cualquier hombre). También nos programan para condenar y culpar el doble a una mujer que a un hombre por un mismo acto (por ejemplo, ante una mala educación de los hijos o un comportamiento sexual promiscuo) y para criticar ferozmente a cualquier mujer que se niegue a ser sumisa y decida pensar por sí misma: la llamamos fea, gorda, puta, indecente, marimacho, feminazi…

La segunda estrategia es la estigmatización: el clásico «como eres mujer…». Como eres mujer, te dejas llevar por los sentimientos y no sabes debatir; como eres mujer, no sabes tomar tus decisiones de forma racional…¿No quieres tener hijos? Ah, perdona por la pregunta…es que como eres mujer… ¿Quieres ser astronauta? Joder, qué raro, como eres mujer… Sí, por desgracia muchos hombres y Homo Cañetus ciertas personalidades públicas acuden frecuentemente a este absurdo argumento, pero lo grave es que muchas veces nosotras mismas nos lo creemos y nos lo decimos entre nosotras: cómo es posible que te dediques a tal o cual cosa…¡si eres chica!; tú eres guapa, pero siendo chica, deberías ser más femenina…

El sistema siempre estigmatiza a quien ve peligroso...

El sistema siempre estigmatiza a quien ve peligroso…

Otra estrategia es la infantilización: conseguir que nos sintamos incapaces, tontas, que dependamos siempre de la ayuda y orientación de otra persona y convencernos de que, por más que nos esforcemos, nunca vamos a conseguir nuestros logros. Uno de los casos más frecuentes de infantilización es el de las mujeres embarazadas: seres humanos que atraviesan el difícil proceso de gestar otro ser humano en su interior y se las trata como niñas pequeñas, se las humilla y ningunea, tal y como cuenta este testimonio.

Pero el arma más poderosa que pueden usar para expropiarnos nuestra mente es la invisibilización, ya que ésta es, quizá, la que menos esté de nuestra mano combatir. A lo largo de la historia, ha habido grandes pensadoras, científicas y luchadoras de toda clase invisibilizadas por el simple hecho de ser mujeres; y hoy en día, los medios siguen silenciando a todas aquellas mujeres que podrían lanzar a otras el peligroso mensaje de: ¡EH! Tú no eres invisible y puedes cambiar las cosas… Los medios, en cambio, te muestran a mujeres que, o se contentan con ser muñecas, o son perros del sistema, o bien muestran una falsa y manipulada imagen del feminismo… Por ello, ¡hagámonos visibles y no permitamos que nos anulen como seres humanos!

Nuestro cuerpo nos pertenece y nuestra mente también.

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